Maderas, pigmentos minerales, aceites, yeso… La naturaleza que se toca, que mancha las manos, que huele, que es perfecta en su imperfección. El placer de pintar, de entender el mundo a través de lo que brota de la mano y la mirada, aliadas con el azar de la materia. Instantes perfectos que se quedan congelados en el tiempo, que son memoria en el momento en que nacen.
El movimiento es la vida. Es la evolución. Es el progreso. El movimiento es lucha y belleza.
El movimiento es el motivo que impulsa esta obra. Es el motivo para pintar y continuar ese camino, imperceptible a veces, incluso perdido y oculto otras, del imaginario de la cultura de la que procedemos. Los artistas en otras épocas utilizaban la guerra y la mitología como excusa para componer imágenes en movimiento. Hoy día, encontramos el culto al movimiento corporal individual y colectivo en los medios visuales que nos alimentan a diario. Y lo leemos a través de la memoria y la sabiduría de las composiciones de los frontones del Partenón de Atenas, del Laoconte, el descendimiento de Van Der Weyden, las pinturas de batallas renacentistas de Ucello y Vasari, del propio Leonardo. Las furias de Tiziano, Rembrandt y Rivera…
Nos sucedemos los unos a los otros. Nuestra grandeza, si la hay, se levanta sobre la de los que nos precedieron.